viernes, 23 de octubre de 2015

La perseverancia del escriba. Eloy Enrique Valdés






CITA TURBIA

   

            Lo importante no es lo que han hecho de  nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros.                       

Jean-Paul Sartre




                                              

El resistir es rígido day by day para Eliot, hombre de paso lento, camina lento, piensa lentamente, nombre de poeta en un guajiro ñongo. Ya son las seis de la tarde. Empieza la barahúnda de artrópodos, insectos y etcétera tales como mosquitos, ciempiés, milpiés y los piojos y las chinches... época de máculas de líquido rojo que estalla de los escachados. ¿Eliot, revisaste el colchón?, ¿tienes en la guata? Revisé. Tenía. Ahora me rapo la cabeza cada mes. 
Es decir insoportable se pone la biosfera. Hay que joderse. No queda más remedio que intentar en vano el dormir bajo la anarquía de los bichos microscópicos, macroscópicos, voladores y saltadores, acosado por los chancros misteriosos que llegarán con la creciente del río del norte, inexorablemente turbio y diarreico, en su agua llegará lo fétido del cementerio, moscas en enjambres, y más garrapatas mugrientas pidiendo sangre, un pequeño universo que emerge, se abre paso a paso de ejército, inevitable, en mi isla.

  Gallo de Morón, dice: El campo es otra cosa, buenos vientos soplan por ahí. Sus arrugados ojos se distienden. Ése era el quid, sus ideas caían bien. Le faltaban cuatro dientes de alante, mugía. Nadie se opuso a desyerbar el patio, una estructura impertérrita de pinchos roñosos, se te pegan a la ropa, te la manchan, hay que cepillar duro. ¡Por gusto! Gallo de Morón desencaja las puertas y los ventanales con asombrosa agilidad a pesar de su columna destrozada, lo ayudo con el papel de lija o me dedico a fumar, a mirar el cielo tumbado en la tierra, con cara cósmica, desafiando todo análisis.

  —¿Eliot, dónde te metes? —preguntó. —Aquí detrás. —contesté. —En el cagadero. Leyendo. Logro que me deje en paz. A Gallo de Morón lo llaman el ingeniero. Astuto, se volvió loco. De verlo, cualquiera pensaría que lleva siglos viviendo aquí. Un viejo bonito, muy alto, sus ojitos azules, aferrado a sus carpetas. Los escalones del muelle quedaron a lo como quiera, algo de gran complejidad.

  Teníamos ganas de beber y apareció Guásima en la accesoria, escocida, sucia, pero alegre. Ella tiene unos grandes espejuelos para esconder sus ojos heroicos, singulares o tristes a partir de ahí, de antes y después de aquello, algo difícil para Eliot y Guásima bien fornida, bien abierta, bien equilibrada y sin caprichos. Entonces cambias de expresión. Te entran deseos innobles por compartir el agua, la yerba, un orgasmo, agradar. Ahora está en crisis, el amor, lo fatal. Y allí se quedó a mi lado en la rinconera, pensativa, donde Gallo de Morón y yo, la otra vez, habíamos contoneado el esqueleto desnudos, con Fufú, un poeta brillante altamente retorcido, todo instinto, sorpresa, flujo vaginal. Ella es un hombre homosexual en el cuerpo de una mujer, nuevos tiempos corren. Eso es todo para mí, no hay mal en ello.

  Vuelvo a lo umbroso del lugar antes del morir, me parapeto detrás de una locomotora oxidada in situ a apretar con Guásima, deslumbrante y tan comestible en medio del paisaje cañero, sin camino férreo ni balasto ni esa peste a raíl que no te suelta. Gallo de Morón construye una barca en la bodega. Vuelve al sentido común. Guásima se mueve, se esfuerza, levantándose por encima de la línea de flotación. Olía a moho, a derrumbe, a ataques de asma, a lugar cerrado... esto no es forma de vivir.

  Hace tiempo que Guásima se ha ido, no me hace el más mínimo caso, yo le juré amor, estrellé mi cabeza contra el muro, ¡tunk!, cuatro veces y ella miró mi cuerpo alucinada, con penita, con asco, me dijo que no. Alguna vez, han visto un palacete del casco antiguo de la ciudad que se derrumba de golpe. Fue igual. Hace varias semanas que ella no va al psicoanalista, cena con él, el psicoanálisis muy limitado.  Hace varios días que me veo con Fufú, y su mundo alternativo-porno-vigorizante. Él se restriega diferente los ojitos de sueño, se levanta del jergón todo oxidado en pelotas, apesta a humo, hierba seca y paja apelmazada, ¡qué delicia! Lo beso, no hay resistencia, me enciende un cigarro, prende el quinqué sin hacer ruido mientras cuela café con agua caliente y azúcar prieta, vestido de negro.

  Gallo de Morón chupa una guanábana, deambulaba por las márgenes del río con su paranoia persecutoria, qué andares tan garbosos, la vista se le enredaba con ubérrimas palmas reales y el anoncillo silvestre, pero lo mejor era su andar en los contrastes de luz y sombra que reflecta la yagruma, panacea ignota, cada mañana hiervo hojas de yagruma dosificado con miel y que todos refunfuñamos al tomar. Bon marché y natural.

  En noches en las que el calor revienta las paredes nos internamos en el monte varios metros hasta encontrar un sendero que baja en picado a un banco de arena fina moldeado por el flujo y reflujo de las aguas. Fufú insiste en meterse hasta la cintura, siente una ligera cosquillita en la espalda mientras lo sostenemos por los pies, abriéndole las piernas para verle el nardo, la corriente relame los guijarros multicolores, el bajío arenoso, el vistoso pene de Gallo de Morón y a nuestras figuras salpicando pletóricas contra el agua helada, nos desternillamos de risa hasta que los temblores son evidentes y hay que volver a la orilla. Fufú insiste en quedarse un poco más, quiere aprenderse de memoria aquella escena o eso me parece. Quizá lo sobrevalore y esté pensando en cosas mejores como la lujuria y la depravación, la conducta orgiástica, el relajo. La gozadera.

  Está lejos la noche en que no extrañe a Guásima, es lo oscuro de estos rincones que la echan de menos porque ya no está. Tropecé con mi propio vómito. Guásima murió sin ningún aviso, el lugar donde le enterraron se ha llenado de bichos de mil semblantes. Nunca hablé del asunto con Gallo de Morón, quiere marcharse también de mi isla, sigue empecinado con terminar su barca, le dejo tranquilo. Y pasaron las semanas despertando nuevas sensaciones con la interminable lluvia que nos anuncia la crecida del río, arrasando lo que se encuentre delante. Para flotar sin vaivén en el agua con toda la suavidad de esta memoria, perdernos por la cocina o cualquier habitación abierta para que el polvo y el cieno se escapen, a paso de bolero son... de seguro mañana no tendremos un día despejado, por eso abrimos las habitaciones y las ventanas se llenan de mosquitos chupadores, sin clemencia.

  Hay una emoción entrañable en la barca, en la mirada de Fufú, un toque noir, algo moderno. Un cielo color plomizo ilumina nuestros cuerpos al tiempo de gritar, lo que queda es el grito, gritamos, un grito rotundo en la lejanía. No hay adioses. Nunca supe más de ellos. El momento de acabar me pareció llegado, cierta madrugada fría y lluviosa, ante la puerta. Un final feliz. —La corriente fluvial se acerca, buenas noches a todos. El guajiro ñongo se retira.



Imagen de Vicente Cervera


ELOY ENRIQUE VALDÉS (Sancti Spíritus, Cuba). Narrador. Ha sido premiado en los certámenes de narrativa: Mi ciudad colonial, Trinidad. Cuba ; Premio Casatintas, Sancti Spíritus. Cuba; Mención especial en el Encuentro Nacional de Talleres Literarios, Matanzas. Cuba. Obtiene la beca de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso, Ciudad de La Habana. Cuba. Ha publicado los libros: Agua por todas partes, cuentos, USA, 2012. Tragedia de Taína y Arimao, cuento, Barcelona, 2013. Textos suyos aparecen en varias publicaciones literarias y antologías del mundo. Es miembro de la Asociación Colegial de Escritores de Cataluña. Título inédito: Rabiche (novela).


Si queréis conocer más trabajos de Eloy Enrique Valdés os invito a visitar http://eloy-enrique.blogspot.com


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