domingo, 19 de febrero de 2017

A orillas de la sencillez. Entrevista a Antonio Álvarez Gil



Antonio Álvarez Gil. Imagen de Barbarito Biblioteca Cubana



No se equivoquen: la sencillez sólo se logra a través del trabajo duro…

Clarice Lispector




¿Qué recuerdo destacarías de tu infancia?

Como nací y me crié en Melena del Sur, todo lo ocurrido en mi infancia guarda relación con ese pequeño pueblo de la antigua provincia de La Habana. Tengo muchos recuerdos; pero te hablaré de uno que es también un sueño irrealizado, una ilusión que me obsesionó a lo largo de mi niñez. Tiene que ver con el machete paraguayo que había usado mi bisabuelo en la guerra por la independencia de Cuba, a finales del siglo XIX. Cuando íbamos de visita a su finca, él nos solía contar historias sobre los combates que habían tenido lugar en la región. Hablaba de cargas al machete, de jefes mambises y generales españoles, de columnas de soldados y desplazamientos de tropas; en fin, de los detalles de una guerra que, muchos años después de ocurrida, teníamos la posibilidad de conocer gracias a él. Mis hermanos y yo lo escuchábamos embelesados. A mí sus relatos me gustaban tanto que durante mi infancia abrigué la esperanza de llegar a poseer algún día aquella especie de sable que colgaba en la pared del comedor de su casa. Soñaba con vestirme de mambí, colgarme la vistosa arma al cinto y entrar con paso triunfante en la finca del abuelo. Mi sueño, por supuesto, no se cumplió nunca, aunque luego me sirvió para recrear, en un breve relato, la ocasión en que mi bisabuelo descolgó el machete de su sitio habitual para ir a solventar una disputa por unas cabezas de ganado. Pero esa es otra historia.


¿Cuándo te das cuenta de que lo que quieres hacer en la vida es narrar historias?

Yo terminé una carrera técnica en Moscú y trabajé durante varios años como ingeniero químico en Nuevitas, Camagüey. Estando allí comencé a asistir al taller literario que funcionaba en la localidad y realicé algunas traducciones de poesía rusa al español. Inspirado por el ambiente de creación literaria que se respiraba en el grupo, escribí mis primeros relatos, que estaban basados casi siempre en mis vivencias personales. Ahora, cuando leo algunas de aquellas piezas, compruebo que eran bastante ingenuas, y que estaban plagadas de los errores que comete cualquier principiante en el oficio. Tenían, sin embargo, una virtud que me señalaban con frecuencia los conductores del taller: mis relatos tenían encanto y atrapaban invariablemente la atención del lector. Decían, además, que mis personajes estaban tan vivos que nadie se habría sorprendido de verlos entrar y tomar asiento en la sala donde solíamos leer los trabajos. Con uno de aquellos relatos ocupé el primer lugar en el encuentro-debate de talleres literarios en Nuevitas. Gané también en el certamen provincial y resulté finalista en el encuentro nacional, que aquel año se celebraba en Varadero. Cuando regresé a Nuevitas ya había decidido dedicarme por entero a la Literatura. Entonces dejé la carrera de ingeniero, me trasladé a La Habana y empecé a trabajar en Cinematografía Educativa. Al mismo tiempo, me matriculé y terminé varios cursos de disciplinas relacionadas con el cine y la literatura. Por esa época escribí un volumen de relatos titulado Una muchacha en el andén y recibí con él el Premio David de Cuentos, que otorga cada año la Unión de Escritores y Artistas de Cuba al mejor libro de relatos escrito por un autor novel. 



¿Qué supuso para ti ganar el Premio David de cuento en 1983? ¿Fue ese el respaldo definitivo?


El Premio David fue sólo el inicio, la confirmación de que había escogido el camino correcto dejando la carrera que había estudiado en la universidad para emprender la de escritor. Cuando me anunciaron que lo había recibido supe que mi vida estaría por siempre ligada a la Literatura. Supe también que las cosas que escribía tenían cierto valor intrínseco, que mi estilo llamaba la atención de escritores “profesionales” y que mis historias eran capaces de tocar los sentimientos de las personas que las leían. Aquel primer triunfo me dio, en definitiva, una gran confianza en mí mismo. Y algo que fue muy importante para mí: cuando el libro salió publicado, me hizo verme a mí mismo como escritor. Desde entonces, la creación literaria ha ocupado casi todo mi tiempo y mi energía mental. He tenido momentos mejores o peores en mi carrera; pero nunca he perdido la fe en mis capacidades de creador de fábulas. Así fue incluso cuando me instalé en Suecia y comprobé lo difícil que era seguir siendo escritor en un país con una lengua que se negaba a servirme de vehículo para contar las historias que yo, necesariamente, debía poner sobre el papel.  


Finalista del Casa de América en 1993 y ganador del Vargas Llosa de Literatura en 2010, ¿a qué saben los premios?


Saben a gloria, a trabajo bien hecho, a reconocimiento social. Los premios son, en mi opinión, un sello que certifica la calidad de la obra que has escrito. El hecho de que tu texto haya sido elegido como el mejor entre tantos otros que seguramente tenían también importantes valores literarios es algo que, además de levantarte considerablemente la autoestima, te hace ver que la apuesta que has hecho es la correcta, que las horas de trabajo y la energía física y mental que has invertido en la creación del texto no han sido gastadas en balde. Por otra parte, yo soy un amante de la palabra escrita y por eso aprecio tanto que un texto mío haya sido conceptuado como de alto valor literario. Cierto que en todo esto hay una gran parte de fortuna. Sin embargo, voy a revelarte un dato que nunca antes he compartido con nadie. Hace unos días mi esposa y yo estuvimos repasando mi carrera literaria y caímos en la cuenta de algo que es –y no quiero pecar de inmodesto– bastante remarcable: todas mis novelas escritas y dos de mis libros de cuentos (uno premiado en Cuba y el otro en España) han sido finalistas de premios de cierta relevancia. De mis diez novelas escritas hasta el día de hoy, cinco han sido premiadas y otras tantas han sido finalistas en concursos de participación internacional. Este apunte –que no es baladí– me corrobora una vez más que he estado cumpliendo con el objetivo primordial de mi carrera, es decir, dejar escrita una obra que pueda ser leída y apreciada por las generaciones futuras de mi pueblo. 


¿Cuál es el proceso creativo que Álvarez Gil utiliza para escribir?


En los principios de mi carrera escribía sólo de aquello que conocía personalmente. A veces recordaba experiencias personales, empezaba a ponerlas sobre el papel y dejaba que mi imaginación modificara el contenido de la historia real. Así creaba cuentos que estaban muy cerca de mi vida. Luego fui tomando temas que me parecían interesantes, aunque no tuvieran nada que ver conmigo. De este modo funciona actualmente mi método creativo. Si un asunto me interesa, lo estudio hasta la médula, me acerco a él desde varios puntos de vista y me meto en la piel de los personajes. Estos pueden ser reales, si se trata de una trama de origen histórico, o bien producto de mi invención personal, cuando el argumento pertenece por completo al campo de la ficción. Cuando la historia comienza a tomar forma en mi cabeza, yo empiezo a bosquejar el principio de la novela. Luego, una vez que siento que lo escrito funciona, continúo avanzando, aportando nuevas peripecias a la trama. Sin embargo, aquí ya empiezo a pensar en un plan, una especie de escaleta que me permita seguir desplegando la trama principal y cruzarla con las subtramas que necesariamente habrá en cualquier novela de extensión normal. Con respecto al tiempo de trabajo, suelo trabajar por las mañanas. Claro, si me encuentro en el vórtice de los hechos fabulados, es probable que siga tecleando durante todo el día. Cuando trabajo de noche no puedo dormir bien, de manera que, salvo excepciones, empleo esas horas en otras ocupaciones.


En caso de tenerlas, ¿cuáles son tus influencias literarias?

Pienso que mis primeras influencias literarias fueron los clásicos de la literatura rusa. De tanto leerlos, creo que heredé la capacidad de trasmitir la emoción que generan los conflictos de sus cuentos y novelas. Luego, cuando asistí a los talleres literarios en Cuba, me dejé permear por los escritores norteamericanos del siglo XX. Como casi todos mis colegas de aquel tiempo en Cuba, quise escribir cuentos como Hemingway o Sherwood Anderson. Luego fueron Steinbeck, Dreiser y el resto de los maestros de ese país, hasta llegar a Thomas Wolfe, Capote y Dos Passos. De todos ellos bebí un poco, hasta que descubrí por fin a Faulkner, a quien conscientemente quise durante mucho tiempo parecerme. Todo esto, sin embargo, quedó atrás cuando empecé a leer a fondo a los escritores de mi lengua, sobre todo a los representantes del boom, particularmente a Vargas Llosa y a Fuentes, que son mis paradigmas. A los maestros cubanos del pasado siglo les profeso un gran respeto, cada uno en su estilo, aunque nunca he mirado hacia a ninguno de ellos como un ejemplo a seguir. Un día alguien me dijo que no me parecía a nadie, que tenía mi propio estilo, distinto y reconocible. Como desde entonces me lo han repetido en varias ocasiones, creo que así es.


En estos momentos, ¿qué libro duerme en tu mesita?

Tengo varios. Entre ellos, la novela El viaje de Baldassare, de Amin Maalouf, que tiene que ver con un texto en el que he estado trabajando recientemente; también hay allí una recopilación de poemas de Gil de Biedma y unos ensayos de Guillermo Rodríguez Rivera que descubrí en el fondo de un cajón en mi casa. Trata sobre la literatura de los años 80 en Cuba, pero está muy interesante.


¿Qué personaje te hubiese gustado crear? ¿Qué novela te hubiera gustado escribir?

Alguien como Doña Flor, en la novela de Jorge Amado, es un reto para cualquier escritor. Por otra parte, si lo que me preguntas tiene que ver con la obra que yo considero la mayor novela de todos los tiempos, no sabría escoger entre La guerra y la paz (en Cuba usamos el artículo y me suena mejor) y Conversación en la catedral, un verdadero monumento al arte de la narración.


¿Qué libro quemarías en una hoguera?

Sería una hoguera tan grande que nublaría el cielo de Madrid. Aun así, prefiero callarme la respuesta, pues tomaría demasiado espacio y levantaría, seguramente, demasiadas ampollas.


¿Qué autor está sobrevalorado?

Aunque en Literatura, como en cualquier arte, casi todos los juicios dependen de la subjetividad y los gustos de cada cual, podría decirte que, si te refieres a los autores muertos, considero que Cela, por ejemplo, es uno de tales. De los norteamericanos, pienso en Hemingway. Creo lo mismo sobre García Márquez, Nabokov o Pasternak como novelista (era un poeta extraordinario y un excelente traductor). Hay muchos otros; pero la lista se haría larga. Sobre los vivos, prefiero no opinar. Tengo, por supuesto, mis preferencias y caprichos; pero respeto a mis colegas cubanos e hispanoamericanos en general, y una respuesta a tu pregunta podría herir sensibilidades y parecer arrogante o vanidosa de mi parte. Además, creo de veras que no soy quién para emitir una opinión tan fuerte sobre la obra de un escritor activo. Y otra cosa: mientras el creador viva, siempre podrá agregar un libro nuevo a su currículum, una obra que cambie el juicio que los demás tenemos sobre él. 





¿Qué van a encontrar los lectores al leer Las Señoras de Miramar y otras cubanas de buen ver?

Esta novela se desarrolla en la Cuba actual. Es una novela coral, un tanto “folklórica” tal vez. Quien la lea podrá, desde luego, adquirir una idea de cómo transcurre la vida en la Isla. En mi opinión (que no es, por cierto, ni inocente ni neutral) la trama está enunciada con un lenguaje claro y directo, y resulta interesante y entretenida a la vez. Si te gustan las novelas que muestren dramas humanos, que sean divertidas, que contengan páginas llenas de erotismo y sensualidad, que muestren varios de los tipos sociales que habitan la sociedad cubana de hoy, pues te recomiendo la lectura de Las señoras de Miramar y otras cubanas de buen ver. Por último, tiene un final muy sorprendente, lo cual es, pienso, casi siempre una virtud. En fin, estoy bastante seguro de que esta novela no habrá de decepcionar a quien se inicie en su lectura.


Volviendo la vista atrás, con una veintena de libros publicados, ¿se siente vértigo o satisfacción?


Ninguna de las dos cosas. El vértigo lo siento cuando me asomo al precipicio de un argumento nuevo, a un pozo oscuro que debo iluminar con ideas y palabras capaces de ser al mismo tiempo profundas y hermosas, ligeras y significativas, sencillas y grandes. Eso sí da vértigo, cuando tienes frente a ti la página, o la pantalla, vacía y no sabes aún si serás capaz de llenarla con un texto medianamente bueno. La satisfacción, por otra parte, no se lleva muy bien conmigo. Desde luego que me siento contento cuando publico un libro y me llegan noticias de que la gente lo está leyendo con placer; y más aún si alguien me hace saber que ha disfrutado con su lectura. Pero para sentirse satisfecho hay que terminar el edificio. Y ese no es mi caso. Voy por el piso veinte, pero sigo colocando ladrillos. Pese a tantos libros publicados, pienso que todavía me quedan cosas por decir, temas que tratar, libros por escribir. Mientras el trabajo no esté del todo hecho, no puedo sentir auténtica satisfacción. Y lo peor: sospecho que llegaré al final sin conocer a qué sabe la palabra.

Si fueras una canción, ¿Cuál serias?

Es muy probable que sería Ojalá, de Silvio; o Noche de bodas, de Sabina. Me sentiría muy bien siendo Mediterráneo, del gran Serrat. Tal vez por eso vivo actualmente a la orilla de este mar y disfruto tanto con los temporales de Levante.






Antonio Álvarez Gil es graduado de ingeniería química en una universidad de Moscú, abandonó pronto su carrera para dedicarse a la traducción, la cinematografía educativa, el periodismo y, finalmente, la creación literaria.
En 1983 ganó en su país el Premio David de Cuento, certamen organizado por la Unión de Escritores de Cuba para distinguir al mejor cuaderno de un escritor novel. A continuación publicó otros libros de relatos, hasta que en 1993 resultó finalista del Premio Casa de las Américas con una novela que recrea la estancia de José Martí en Guatemala y su idilio amoroso con María García Granados (la Niña de Guatemala del poema homónimo).
Entre 1986 y 1990, Álvarez Gil trabajó en Moscú como experto en una organización internacional, circunstancia que le permitió recorrer y conocer los países de Europa del Este y ampliar el horizonte de su universo creativo. En 1994 deja Cuba y se radica en Suecia, donde reside desde entonces.
Desde finales de la década de 1990 publica su obra en España e Hispanoamérica, sitios en los que sus novelas y libros de relatos han merecido varios premios literarios. En la actualidad colabora con diversos medios de prensa cubanos establecidos fuera de la Isla. Artículos y relatos suyos aparecen publicados regularmente en varios países de Europa y América. Su obra cuentística está representada en varias antologías.
Con su novela Perdido en Buenos Aires, se hace acreedor del Premio Vargas Llosa de Literatura, organizado por la Universidad de Murcia y Caja de Ahorros del Mediterráneo en su edición decimocuarta.

Desde este humilde blog agradecemos el tiempo y la gentileza del escritor Antonio Álvarez Gil, ha sido un placer poder contar con sus palabras en este espacio.